Entre las principales tareas de los laboratorios gemológicos se encuentra la de certificar o emitir informes de las características de las gemas. A primera vista puede parecer que la información que estos documentos aportan es la misma con independencia del laboratorio que los expide, pero no es así. Las cuestiones de terminología o nomenclatura están más o menos estandarizadas, sin embargo, existen diferencias significativas en otros aspectos.
Los certificados o informes gemológicos de algunos laboratorios reflejan ocasionalmente datos que no está claro que sean esenciales para la identificación o clasificación de la calidad de los ejemplares. Tenemos un claro ejemplo de ello en los certificados de diamantes sintetizados por el método de Deposición Química de Vapor (CVD). Estos diamantes sintéticos se forman dentro de una cámara de vacío que contiene un gas rico en carbono, como el metano. El gas se calienta a una temperatura tal que sus moléculas se disgregan y los átomos de carbono se depositan sobre unas láminas muy finas de diamante que actúan como semillas sobre las que crecen los diamantes sintéticos, la velocidad del proceso es un parámetro clave que influye en el color que tendrá el diamante: cuanto más lento es el crecimiento más incoloro suele ser el diamante sintético que se obtendrá y, al contrario, a mayor velocidad mayor será el tono de color marrón. Este tono de color, por lo general indeseado, se elimina una vez ha terminado el crecimiento de los cristales mediante un proceso que utiliza alta presión y elevada temperatura durante un intervalo de tiempo relativamente breve.
Y, aquí empieza la controversia. Muchos gemólogos entienden que dicho proceso de decoloración es el último paso en la síntesis del diamante, y no un tratamiento para elevar el precio de una gema a la que se le ha añadido artificialmente cualidades que no tenía en su estado natural. La cuestión tiene su importancia porque averiguar si el diamante sintético ha sido decolorado requiere un instrumental al que muchos gemólogos tienen difícil acceso y, en cuanto al consumidor se refiere, esa información probablemente es superflua.
Por ejemplo, en los certificados de diamantes sintéticos emitidos por el GIA cuando el método empleado ha sido CVD y el ejemplar ha sido sometido al proceso de decoloración que hemos mencionado se hace constar en el apartado de comentarios, pero curiosamente no expresan en qué se apoya dicha conclusión. Curioso porque si se considera que aportar esa información es importante ¿por qué no lo es decir cómo se ha averiguado?
Algo parecido ocurre con la clasificación utilizada por científicos y gemólogos para estudiar los diamantes sobre la base de la presencia de átomos de nitrógeno y su distribución en la red cristalina lo que da lugar a los diversos tipos. La información es importante para los gemólogos en cuanto al estudio del color (natural o tratado) y origen (natural o sintético) de los diamantes, pero ¿es necesaria para el consumidor de joyería? No quiero decir que no se informe al cliente de todo aquello que solicite, ni mucho menos. Cuando el cliente demanda una información el gemólogo debería proporcionársela, qué duda cabe, esa es su función. Pero, en mi opinión, aportar datos innecesarios en los informes o certificados, quizá con el fin de alardear de recursos técnicos, conduce a crear confusión entre el público.
El tema de la certificación de diamantes tiene su complejidad y algunas paradojas. Por ejemplo, una entidad con mucho peso en mundo del diamante, el International Institute of Diamond Grading & Research (IIDGR), del grupo De Beers, certifica diamantes naturales, pero no sintéticos; mientras que Lightbox, otra empresa del mismo grupo, no duda en vender diamantes sintéticos montados en joyería. Esta misma entidad, el IIDGR, que está perfectamente equipada con modernos instrumentos de análisis, declara en sus informes que no siempre es posible saber si los diamantes han sido tratados. Y, es que, en realidad, el límite no está condicionado solo por los medios técnicos, sino también por lo que se conoce. Al hilo de esto último, recordemos que desde mediados de la década de los noventa ya se trataban diamantes con alta presión y temperatura para conseguir los solicitados amarillos Fancy, pero no fue sino hasta principios de los 2000 cuando se descubrió el tratamiento; mientras tanto pasaron desapercibidos.
Ante toda esta competición de laboratorios gemológicos para ver cuál es el que aporta los datos más complicados en sus informes, ya sea en el campo de los tratamientos, procedencia o incluso en el de las tallas, no conviene perder el horizonte, una gema es lo que es, no lo que pone en un papel. Aunque un documento expedido por una entidad cualificada es una garantía para el consumidor que suele tener un conocimiento limitado de lo que es una joya o una gema, vender la excelencia del equipamiento y conocimientos de un laboratorio a costa de retorcer, complicar o enmarañar los certificados o informes no resuelve nada.
Al fin y al cabo, la calidad de un laboratorio no la da su magnitud, es decir, el número de sucursales o la cantidad de empleados que tiene, sino el rigor y la exactitud de sus conclusiones. Los grandes laboratorios también se equivocan, por lo que no hay que dar por descontado que sus conclusiones son más exactas que las de otros. Ni tampoco queda claro que determinada información contribuya a elevar la confianza que el público deposita en los laboratorios gemológicos.
Autor José Manuel Rubio Tendero