ESTA VEZ no embalsamó un tiburón. La última provocación de Damien Hirst ha sido sacar brillo con 8.601 diamantes al cráneo de un hombre muerto en el siglo XVIII.
Pide 72 millones por Su obra «artística».

Damien Hirst siente una extraña fascinación por la muerte, Más aún, cree que no existe. Que la caducidad es cosa de «torpes» y «pesimistas», Tal vez por eso, cumplidos ya los 41 años, buena parte de su existencia la sigue dedicando a dar vida a sus cadáveres favoritos: tiburones, ovejas, cerdos, osamentas humanas. Su última creación, una calavera incrustada con 8.601 diamantes, que perteneció a un europeo anónimo de 35 años del siglo XVIII y que Hirst adquirió en un mercadillo londinense, atestigua el gusto del artista británico por lo macabro. O, si se quiere, su perversa manera de celebrar la existencia. «Al cubrir el símbolo primordial de la muerte con el símbolo primordial de la lujuria, el deseo y la decadencia, lo que estoy haciendo es un canto a la vida», se defiende Hirst. Un tipo consciente de su maestría para el escándalo, que además ha sabido como pocos malditos sacarle jugo a una biografía, la suya, cebada de desgracias, alcohol y cocaína.

Extravagancia con diamantes
Extravagancia con diamantes

Por el amor de Dios (For the love of Good), título de la pieza, está de hecho inspirada en un cráneo azteca que el niño terrible del Brit-Art vio cuando entraba en la adolescencia -dicen sus biógrafos que tenía 12 años-, marcada por una turbulenta relación con su madre, quien tras separarse de su marido llegó a decir que el chaval se le fue de las manos. Pero de esas cosas ya sólo hablan los incondicionales del enigmático provocador de Bristol. Lo que ahora está en boca de todos es si la brillante calavera, puesta a la venta en la vanguardista galería londinense White Cube por 72 millones de euros, probablemente la obra más cara de un artista vivo, es arte, marketing o una tornadura de pelo.
Donde no entraría la joya es en la galería de la veterana Elvira González, en Madrid. «A mí, de entrada, me deja muy fría», dice rotunda. «Esto ya no es una cara estética. Tiene que ver más con las propias obsesiones de su creador. Yo no la expondría. Me niego a participar de ese espectáculo». «Esto es marketing o provocación, no arte», opina la vanguardista Helga de Alvear, quien tampoco la expondría en su galería de Madrid. Porque eso es lo que vende el interior de una enorme pecera de cristal, el coleccionista Steve Cohen, pidió cuentas al autor del fiasco. Y Hirst le respondió con un nuevo intento. Otro tiburón -éste de 3,9 metros- fue acribillado con 200 agujas para que esta vez el formol empapase bien las entrañas del animal, manteniéndolo así a salvo de la descomposición.

Ése es Hirst, el hombre que ya no toma drogas (dice), que sólo bebe de vez en cuando (dice), que ya no se cree inmortal desde la muerte en 2003 de Su amigo Joe Strummer, voz de The Clash; el esposo y padre de dos hijos, el mimado cuarentón del arte contemporáneo británico que va de genio despistado pero atesora más de 150 millones de euros (fortuna estimada).
En Por el amor de Dios todo, empezando por el cráneo que fue de un varón que vivió entre 1720 y 1810, es auténtico. O eso asegura Hirst. Porque el pasado jueves el periódico británico Daily Mail echaba más pimienta al autor y su obra al insinuar que la dichosa calavera podría ser incluso un clon de la de Damien. En cualquier caso, lo que sí está autentificado es la piedra rosada de 55 quilates, que luce en la frente, obtenida de «fuentes étnicas» por unos joyeros de la City encargados de tallar las más de 8.000 gemas. En total, 20 millones de euros que este rey Midas soltó de su bolsillo para producir su brillante elucubración. «Mi obra enseña que no vamos a vivir siempre, pero también tiene_un sentimiento de victoria sobre la muerte». Así es Hirst, con menos humos -y mucho más dinero-, que cuando se creía eterno.
Para quienes no puedan darse el lujo de disfrutar de la pieza original, expuesta hasta el 7 de julio, Hirst y su galerista tienen premios de consolación. El portal de Internet de White Cube ofrece ediciones limitadas (250-2.000 ejemplares) de serigrafías con la calavera. Los precios de cada una oscilan entre los 15.000 euros, en la edición exclusiva de 250 (con polvo de cristal y diamante), y los 1.350, en la edición de 2.000 sólo con polvo de cristal.
Harto de explicar al mundo qué entiende él por arte, el rebelde Hirst nunca ha dudado en repetirse sin rubor: «Quiero que mis obras hagan a la gente pensar sobre cosas que normalmente no piensan. Como el tabaco, el sexo, la publicidad…». Dicho esto, salta la duda: ¿este tipo se ríe del personal o es, de verdad, un genio incomprendido? ¿Usted qué opina?.

Publicado en el Periódico «El Mundo» en sección Crónica el 10 de junio de 2007
Articulo realizado por el cronista PACO REGO


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