La reflexión sobre el precio de las cosas ha sido una constante en pensadores de todas las épocas. Desde Aristóteles a A. Smith, desde D. Ricardo a K. Marx, por poner solo unos pocos ejemplos, los filósofos de la economía han intentado definir conceptos tales como el justo precio, el valor de cambio, o el valor de uso para explicar o justificar el valor que le damos a algo. Por nuestra parte, los que nos dedicamos a tasar joyas abordamos esta cuestión manejando otros conceptos adaptados a nuestra labor: valor de reposición, valor de liquidación…, y aún, como siempre, el debate continúa entre nosotros a la par que seguimos buscando los mejores medios teóricos y técnicos para que nuestros dictámenes sean lo más objetivos posible.
A menudo, cuando para un mismo asunto las conclusiones coinciden entre diversos tasadores solemos pensar que tenemos fórmulas adecuadas, pero cuando ello no ocurre y encontramos una disparidad de criterios tendemos a sospechar que alguien ha cometido un error. Muchas veces estas diferencias de criterio suelen ser debidas más que a la experiencia, formación o medios técnicos del tasador al uso que se hace de las diversas fuentes consultadas para establecer el precio de los materiales y elementos que componen una joya.
Es evidente que se necesitan referencias estables y reconocidas por todos, pero la cuestión no es sencilla, tiene cierta complejidad. Por ejemplo, si consultamos a nuestros contactos en el comercio de piedras preciosas, las conclusiones a las que llegaremos estarán probablemente condicionadas por el nivel en la cadena comercial en el que desarrollan su actividad; es decir: mayoristas, minoristas, calidades altas, medias, etc. Y, en consecuencia, responderán probablemente con exactitud en aquellos casos en los que nuestra consulta coincida con el tipo de mercancía que trabajan, pero quizá no lo hagan cuando no sea ese el caso. Algo parecido se puede decir cuando intentamos valorar el trabajo implicado en la elaboración de una joya. Si nos basamos en la cantidad de horas empleadas obviaremos que no todas las personas trabajan igual de rápido, ni tienen la misma habilidad o destreza. De manera que si siguiéramos este tipo de referencias nos encontraríamos con que al final cada tasador estimaría el precio de una joya en función de su entorno profesional y no según un criterio compartido generalmente.
Pongamos un ejemplo de esto último, un broche decorado con diamantes con un excelente engastado de granos y bordes y marcos grafilados, realizado manualmente. Después de ser tasado en 5.695 euros, un par de años más tarde su propietario decide dividirlo y crear a partir de él una sortija, y dos pares de pendientes. Y, ahora, vuelve a solicitar una tasación de las piezas elaboradas a partir de él. Sin embargo, el total de las tasaciones nuevas asciende a 8.500 euros. Si añadimos el coste de la hechura de las nuevas piezas veremos que ahora la tasación es considerablemente más elevada. Esto se explica porque el primer tasador tomó como referencia unos precios por la elaboración del broche que eran más bajos, por la razón que fuere, de los que el segundo tasador aplicó al valor de las nuevas joyas.
En el caso de las gemas, con frecuencia la parte más valiosa de una joya, estos inconvenientes se pueden intentar remediar recurriendo a proveedores estables de información: empresas que sondean constantemente los mercados y los conocen perfectamente. Por ejemplo, en el caso de los diamantes son muy útiles las listas de precios publicadas en revistas o sitios web, como la muy conocida (y controvertida) lista Rapaport. Esta lista viene siendo publicada desde 1978. La cuestión es que a menudo los usuarios se preguntan cómo obtiene esta empresa los precios de lo que se deriva una sensación de falta de transparencia que en más de una ocasión ha sembrado dudas sobre posibles manipulaciones interesadas de los precios.
Además, conviene no olvidar que estas listas, tanto de Rapaport o cualquier otra como la de International Diamond Exchange (IDEX), muestran precios globales mientras que, en teoría, las tasaciones van destinadas a mercados concretos. Aunque bien es cierto que este inconveniente puede subsanarse recurriendo a publicaciones con precios adaptados a mercados concretos, tal como las listas publicadas por Gold &Time ajustadas al mercado español. En cualquier caso, en un mundo tan globalizado como el actual el precio de las materias primas posiblemente no difiera tanto como otras variables, entiéndase mano de obra, diseño…
No cabe duda de que el contacto directo con todos los sectores es fundamental para obtener datos actualizados. Así, las casas de subastas son otra fuente de información a tener en cuenta con algunas reservas porque el precio que alcanzan algunas veces las gemas o joyas por estos canales puede deberse más a campañas publicitarías bien orquestadas, demandas muy puntuales de ciertos artículos u ofertas condicionadas por crisis económicas que distorsionan los precios regulares del mercado y, por tanto, no suelen ser referencias estables de precios o, al menos, deben tomarse con precaución.
Si algunos factores susceptibles de ser cuantificados ya representan un reto para armonizar las conclusiones de los tasadores, qué decir en cuanto a la significación de algunas joyas, ¿cómo valorarla? Aquí entran otras variables sociales y culturales mucho más difíciles de calcular. El hecho de que una joya haya sido propiedad de una estrella cinematográfica, por ejemplo, ¿eleva su valor? La tasación de, por ejemplo, una cruz pectoral de la que se desconocía su origen e historia ¿debe elevarse si se descubre que perteneció a un eminente cardenal que tuvo una gran relevancia histórica? Es claro que son factores que influyen en su valor, pero ¿cómo cuantificarlo?
En fin, son cuestiones sin respuestas definitivas, pero plantearnos por qué, cómo y para qué hacemos algo contribuye, sin duda, a estimular nuestro deseo de conocer cosas nuevas y nos ayuda a reflexionar sobre lo que creemos saber y hacemos cotidianamente.
Autor José Manuel Rubio Tendero