El color es uno de los principales atributos que buscamos en las gemas y uno de los factores que influyen directamente en su valor. Resulta por ello en cierto modo normal las polémicas que ocasionalmente surgen en torno a temas relacionados con él. Este es el caso del cambio de color, también llamado «efecto alejandrita», que experimentan algunas gemas cuando se observan bajo diferentes condiciones de iluminación, la alejandrita o la sultanita son buenos ejemplos.
Antes de continuar conviene aclarar que cuando decimos que una gema cambia de color es porque el cambio se produce entre dos colores no consecutivos del círculo cromático, por ejemplo, de rojo a verde, pero no de rojo a rojo anaranjado. Esta puntualización es muy importante. No es lo mismo que únicamente varíe su tono, pongamos por caso, de verde a verde amarillento, ya que si es así no deberíamos decir que cambia de color, sino que varía su tono de color. Algo que, por otra parte, ocurre con relativa frecuencia. En realidad, el tono de color de casi cualquier gema varía ligeramente en función del tipo de iluminación que empleamos. Eso lo saben muy bien los profesionales de joyería, comerciantes de piedras preciosas y gemólogos. Los zafiros, por ejemplo, muestran su mejor color con luz fluorescente, mientras que, al contrario, las esmeraldas y rubíes bajo esas mismas condiciones de iluminación no despliegan sus tonos de color más atractivos. Por eso, es muy importante juzgar el color de las gemas siempre con la misma luz estándar.
El color es algo muy complejo. Ha sido y es objeto de muchos estudios. En relación al tema que nos ocupa, cabe mencionar dos fenómenos que pueden dar lugar a confusión: el pleocroísmo y la coloración zonal. El primero de ellos, el pleocroísmo, consiste en la variación de color que algunos cristales (no todos) muestran según la dirección cristalográfica en que se observan, si la gema es pleocroica al girarla veremos distintos colores o intensidades. La andalucita sería un caso paradigmático. El segundo, la coloración zonal, se produce cuando los elementos responsables del color se acumulan en determinados sectores de la gema, a menudo, aunque no siempre, en forma de bandas o líneas, de manera que el color varía de unas zonas a otras del ejemplar. Pero en ninguno de estos dos casos el tipo de iluminación produce un cambio de color. El estudio de estos fenómenos está incluido en los programas de las escuelas de gemología y, por tanto, los gemólogos los reconocen sin dificultad. No así el público en general que a menudo los confunde.
Tal y como hemos indicado más arriba, las gemas que presentan el denominado «efecto alejandrita» cambian de color cuando se observan con diferente tipo de luz. El efecto recibe el nombre de la famosa variedad del mineral crisoberilo llamada alejandrita. En estas gemas la transmisión del rojo y del azul-verde del espectro visible está tan equilibrada que cualquier cambio en la composición de la fuente de iluminación altera el equilibrio hacia uno de los colores. La luz diurna que contiene muchas longitudes de onda del azul potencia la transmisión del azul-verde de manera que las alejandritas se ven verdes mientras que la luz artificial (que no sea fluorescente), con más longitudes de onda del rojo, hace que las veamos rojas. Pero, atención, las alejandritas, para ser llamadas así deben presentar un cambio nítido de color. En caso contrario se trata únicamente de crisoberilo. Y, por tanto, su valor se ajustará a ello. Es importante tenerlo en cuenta sobre todo porque últimamente la producción de los yacimientos de Rusia y Brasil, fuentes de alejandritas de buena calidad, ha decaído y se intenta vender material que no reúne las condiciones que acabamos de mencionar.
Por otra parte, otro fenómeno de cambio de color es el denominado «efecto Usambara» por A. Halvorsen y B. Jense. Se produce, como en la alejandrita, por la presencia en el material de dos ventanas de transmisión en el espectro de absorción visible. Sin embargo, a diferencia de la alejandrita, el color cambia en función del espesor del material o, lo que es lo mismo, de la distancia que recorre la luz a través de él, y no del tipo de iluminación. Se puede ver en algunas turmalinas crómicas procedentes del valle de Umba (Tanzania) que cambian de verde a rojo. Y, también, en algunas cornerupinas y epidotas.
Además de la alejandrita y la sultanita, otras gemas también pueden ocasionalmente presentar cambio de color, como algunos granates piropos crómicos, zircones y otras más raras. Ahora bien, el mero cambio de color por sí mismo no eleva el precio de una gema si ésta no es atractiva; influyen otros factores como la intensidad del color, la transparencia y ausencia de inclusiones y, por supuesto, el tamaño.
Incluso algunos diamantes verdosos también cambian el tono de color a amarillo o amarillo anaranjado cuando se calientan ligeramente o permanecen en la oscuridad durante un tiempo. Reciben el nombre de diamantes «camaleón». Según GIA, los requisitos que deben cumplir los diamantes para recibir la denominación de «camaleón» son los siguientes: tener un tono de color verdoso; fluorescencia amarilla o naranja con luz ultravioleta tanto de onda larga como de onda corta y fosforescencia persistente después de aplicarle onda corta. Después de unos minutos retornan a su color original.
En fin, el cambio de color en las gemas no incrementa necesariamente su valor, si la gema no es atractiva que cambie de color puede resultar interesante para los coleccionistas, pero no en joyería.
Escrito por José Manuel Rubio Tendero